Una atmósfera compuesta por ese gas [dióxido de carbono] daría a nuestra Tierra una temperatura elevada; y si en algún período de la historia su proporción hubiera sido mayor, el resultado habría sido necesariamente un aumento de la temperatura.
— Eunice Newton Foote. Científica experimental y activista estadounidense, siglo XIX.
Eunice Newton Foote (Estados Unidos, 17/07/1819; Canadá, 30/09/1888) fue una científica aficionada y activista en defensa de los derechos de las mujeres que destacó por su aguda curiosidad y su rigor experimental.
En una época donde las mujeres apenas tenían voz en el mundo científico (ni en casi ninguno), ella no se quedó en silencio. En 1856, publicó un artículo en la «American Journal of Science and Arts» titulado: «Circunstancias que afectan el calor de los rayos del sol». En este estudio, Eunice realizó un experimento sencillísimo, pero brillante.
Tomó varios cilindros de vidrio, los llenó con diferentes gases (aire común, hidrógeno y, aquí viene lo interesante, dióxido de carbono), los selló y los expuso a la luz solar. Después, utilizando termómetros, midió el aumento de la temperatura en cada uno de ellos. Y sus resultados fueron asombrosos: el cilindro con dióxido de carbono se calentaba mucho más que los otros y, lo que es crucial, tardaba mucho más en enfriarse una vez retirado del sol.
Eunice Newton Foote estaba describiendo, con más de medio siglo de antelación a otros científicos más reconocidos, el fenómeno del efecto invernadero. Ella comprendió que ciertos gases en nuestra atmósfera tienen la capacidad de atrapar el calor del sol, elevando la temperatura de nuestro planeta. No solo midió la temperatura con una precisión notable para su época, sino que interpretó esos datos de una forma que hoy es fundamental para entender el cambio climático. Su trabajo fue una chispa de conocimiento que, por desgracia, no recibió el reconocimiento que merecía en su momento.
Pero la historia de Eunice no termina en su laboratorio. Ella fue también una destacada activista por los derechos de las mujeres, participando en la primera Convención de Seneca Falls en 1848, un hito fundamental para el movimiento sufragista. Su voz y sus ideas no solo lucharon por la verdad científica, sino también por la igualdad. Quizás por eso, su trabajo científico fue, durante más de 150 años, ignorado o, lo que es peor, atribuido a otro. En 1857, un año después de su publicación, el físico irlandés John Tyndall publicó hallazgos similares, sin citar a Foote, y es a él a quien históricamente se le ha atribuido el descubrimiento del efecto invernadero.
Esta injusticia nos lleva directamente al corazón de nuestra experiencia con Fahrenheit 451. En la novela de Bradbury, se queman los libros, se borra la memoria y se suprime el pensamiento crítico, todo para mantener a la sociedad en una ignorancia controlada. La historia de Eunice Newton Foote, la manera en que su nombre y su brillantez fueron relegados al olvido, es un eco real de esa quema de conocimiento.
Nos recuerda que no solo se «quema» el saber con fuego, sino también con el silencio, con la invisibilización y con la apropiación del mérito.